El Sol acababa de apagarse. Los seres humanos habían estado preparados para aquella catástrofe desde hacía varios milenios y habían protegido tanto la atmósfera, como la corteza, con un poco..., no..., poco no... ¡Con metal entero!
Así, la Tierra quedó cubierta por completo de acero.
Pero cuando el Sol se apagó, los seres humanos no contaron con que la Tierra giraría de manera descontrolada por el Universo, pues ya no tenía fuerza de atracción que la mantuviera fija sobre su eje. Se mostraron aterrados cuando el fenómeno comenzó.
¿A dónde irían? ¿Sobrevivirían a tal viaje? La Tierra acababa de convertirse en una nave natural que llevaba a miles de especies, las pocas que habían logrado sobrevivir a las catástrofes que los seres humanos habían causado.
No obstante, esa nave no tenía luz, era completamente oscura, solamente se escuchaba el suave oleaje que parecía cubrir la mayor parte de la Tierra, porque ya no había fuerza que mantuviera algo fijo, salvo las cosas que se encontraban clavadas en el suelo.
Los niños se abrazaban a su madre, pidiendo por ayuda y rezando porque la muerte no los alcanzara. Tenían tanto miedo y había razón para tenerla.
No existía un rumbo, no tenían luz y no podían moverse porque cualquier movimiento los lanzaría por los aires.
¿Qué acaban de hacer?
Un hombre viejo, con dificultad, se acercó a la roca más próxima.
- Escuchen..., escuchen atentamente los sonidos de la naturaleza, indicó, cerrando los ojos al mismo tiempo.
- Y dejen que la Madre Tierra nos guíe.
Los pocos humanos que lograron escuchar al anciano, decidieron hacerle caso. Agudizaron sus oídos y lentamente, los sonidos de la naturaleza se volvieron perceptibles: desde el ruidoso choque de las olas con las rocas, hasta el tocar de las cigarras que caminaban en el pasto.
Poco a poco, los humanos comenzaron a moverse entre la oscuridad, guiados por los sonidos que comenzaron a pintarse de diferentes colores y aunque vivían en sombras, pintaron su mundo recordando los mitos y las bellas ficciones creadas cuando la Tierra se mantenía en su eje...
Y al recordar todo eso, los humanos comenzaron a llorar por el anhelo de recuperar la luz del Sol. Entonces, se empezaron a escucharse lamentos por toda la Tierra, puesto que descubrieron que ya no tenían esperanzas. No pretendían ser los salvadores, ni que la Tierra encontrará una estrella en la que se asentara y comenzara a girar a su alrededor como había sido con el Sol por millones de años, sino que todo se acabara.
Conforme fue pasando el tiempo (nadie supo cuánto), la desesperación por desaparecer se fue haciendo más potente.
¿Porqué habrían querido salvarse si solamente estarían vagando por el Universo en un mundo de tinieblas?
La poca comida comenzó a escasear, sus comunidades comenzaron a perecer, desatando epidemias invisibles a sus ojos, puesto que no se percataban de los muertos que perecían a su lado. Y así, los pocos que iban sobreviviendo a ese mundo oscuro, decidieron buscar la tecnología que un día empezó a destruir el planeta, con la intención de averiguar si con eso lo podrían dirigir.
En aquella búsqueda también murió mucha gente, porque la oscuridad se los tragaba en muchas trampas. A veces, llegaron a encontrar los primeros experimentos para crear el fuego que solamente los alumbraba por un fugaz instante. Después vinieron las velas, los candiles y los focos.
Y cuando descubrieron que podían utilizar la electricidad, se atrevieron a experimentar con la Tierra para ver si la podían dirigir, fracasando en varias ocasiones.
La Tierra no quería ser manipulada por los seres vivos que la habitaban y mucho menos por ese cáncer que no la dejó morir de manera natural.
Los humanos, ya con su luz artificial, volvían a hacer de las suyas, deshaciendo la poca naturaleza que quedaba y tratando de manipular al planeta para encontrar cómo manejarla en su viaje por el Universo.
Finalmente, decidieron abrir un boquete en el metal con el que se había cubierto al planeta, colocar una especie de cúpula e instalar a un equipo calificado para dirigir a la Tierra hacia un lugar seguro...
Pero una vez que comenzaron a abrir el hueco, la Tierra empezó a desgajarse por el efecto desgastante del viaje que había hecho por ya varios cientos de años, donde el hombre pareció capaz de sobrevivir a cualquier catástrofe, sin embargo, no al inminente rompimiento de la Tierra, que pedía a gritos morir, porque su tiempo ya llegaba.
Los fragmentos se dispersaron por el centro de la Vía Láctea que, poco a poco, se acercaba al agujero negro que equilibra a esta galaxia. Y la vida del planeta, la vida que guardaba, también comenzó a desintegrarse y los hombres que deseaban aferrarse a no desaparecer, a que su cultura y su historia siguieran recordándose, luchaban por no salir despedidos por el aire, pero esta vez no pudieron ganarle a la naturaleza omnipotente del Universo...
¡Ah, el hombre! ¡Cómo llega a olvidarse que solamente es una pequeña porción de la inmensidad y de que es finito, y por lo tanto todo lo nuestro..., realmente perecerá!
Hola!
ResponderEliminarMuy interesante tu relato :D me gusto, es muy duro y critico jeje, pero esta bien :D Saludos
hola!! muchas gracias!!! Saludos de vuelta ;D
EliminarEl un escenario de calamidad futurista, me hizo recordar por momentos algún cuento de Asimov.
ResponderEliminar